sábado, 3 de septiembre de 2011

¿Reformar? … Mejor cumplir.


Llueve sobre mojado. Por si no había motivos suficientes para indignarse, ahora pretenden llevar el recorte de las prestaciones sociales a la Constitución. Restringir el endeudamiento del Estado equivale a limitar el gasto social: ¿para qué si no se endeudan los estados?
Antes de reformarla, por qué no se preocupan de hacer cumplir los derechos que recoge, por ejemplo: trabajo, vivienda, etc…
La reforma de la Constitución ha sobrevolado la escena política en otras ocasiones, pero independientemente del motivo: leyes de Sucesión de la corona, cambios del Senado o electorales, siempre se nos vendió que era un proceso complejo que requería tiempo y amplios consensos.
Llama, por tanto, poderosamente la atención la enorme celeridad con que se han sucedido, en esta ocasión, los acontecimientos. En un pis-pas tenemos planteada, redactada y aprobada la modificación. También sorprende lo fácilmente que se han puesto de acuerdo los partidos mayoritarios en este asunto teniendo en cuenta que el PP lleva meses o años criticando todas y cada una de las decisiones del ejecutivo. Esta vez se han portado como niños buenos y obedientes: ¿qué sacrosanto poder les ha puesto de acuerdo? Por otro lado, y esto no es nuevo, no solo estos partidos han dado la nota, los nacionalistas han dejado nuevamente muestras de su sectarismo y falta de solidaridad intentando, sin venir a cuento y patéticamente, sacar tajada. Más asombroso es, si cabe, que esta reforma no formaba parte en absoluto del debate político nacional. ¿Acaso la Constitución de los españoles se escribe desde Berlín y París?
Pero esto no es lo peor. ¿Por qué estos cambios? Según las manifestaciones de los políticos es para salir de ésta, y evitar futuras crisis. Pero, ¿fue la deuda de los estados la que propició la actual crisis económica? ¿No fueron, más bien, los desmanes especuladores de la banca internacional las que la iniciaron, y en su caída han provocado un efecto dominó que ha terminado arrastrando a los estados?¿Por qué debe ser el Estado el que ajuste sus cuentas? ¿Por qué no le exigen responsabilidades y medidas de contención a la banca? Son ellos los que provocaron la crisis. Son ellos los que deberían controlar cómo y en que usan nuestro dinero. Y, sobre todo, si, de verdad, quieren evitar problemas financieros a los estados: ¿por qué no prohíben la especulación con la deuda pública? No parece que los mandatarios europeos estén por la labor. Sólo ahora, después de todo lo que ha llovido, se han atrevido a establecer un impuesto para este tipo de transacciones, antes ni eso. ¿Qué poder no tendrán los que están detrás de estos movimientos financieros que se les permite, sin ni siquiera toserles, que hagan y deshagan, incluso poniendo en riesgo la economía de naciones enteras (Grecia, Portugal, Irlanda, España, Italia…)?
Entonces, ¿a quién beneficia esta reforma? ¿A los ciudadanos, que ven recortada la capacidad de maniobra económica del gobierno o, a los mercados, que necesitan estados fuertes que les permitan seguir jugando a los suyo y seguros de que” papaíto” vendrá a rescatarles en caso de peligro?
Esta reforma es una perversión de la Constitución. En sus orígenes, aunque es imposible la asepsia ideológica, se creó para dar cabida, dentro de los usos democráticos, a todas las ideologías. Sin embargo, estas alteraciones económicas introducen en la Carta Magna un grave sesgo ideológico. Limitar la capacidad de endeudamiento del Estado impide la priorización, por parte de un hipotético futuro gobierno, de las políticas sociales. Esta reforma se ha escrito al dictado de las tesis neoliberales y en contra de políticas sociales.
¿Es tan malo endeudarse? Acaso, nosotros como particulares, no estamos endeudados hasta las cejas: hipoteca, letras del coche, créditos personales, etc… ¿En virtud de qué aceptamos y sobrellevamos este endeudamiento? Es fácil, con él perseguimos el bienestar, lograr aquellos bienes a los que nuestra sociedad atribuye la felicidad. ¿Podrá el Estado procurarnos el bienestar sin endeudarse? ¿Cuál es la misión del Estado: ganar dinero o servir a los ciudadanos?


martes, 21 de junio de 2011

Breve nota autobiográfica

Viví mis primeros años en Buenos Aires. Sin embargo, los azarosos dictados del dinero y la política obligaron a mis padres a desandar el camino que, desde España, había recorrido mi madre hacía sólo unos años, y mi abuela algunas décadas antes.
Desde entonces soy un fiel bipátrida al que le duele la España real y la Argentina perdida.

De mi padre he heredado la admiración por la inteligencia y la fascinación por la trascendencia que se oculta tras, y da sentido, a lo dado.
De mi madre aprendí a no percibir sin repugnancia la injusticia y la desigualdad entre los hombres, y a hacer del amor el centro de mi vida.

La diosa fortuna me favoreció, a los 20 años, con el amor de mi vida. Con ello debió agotarse mi crédito pues nunca ha vuelto a visitarme.

En mi juventud algún hecho, que no puedo precisar con exactitud, hizo saltar el resorte, que esperaba su momento en mi interior, y me condujo por el camino de la Filosofía.
Camino que cada uno de los que lo transita recorre a su manera, y en el que no es tan importante la meta como las preguntas que empujan a caminar.
Por eso, el que me quiera conocer deberá atender, no tanto a los méritos constatados y a los hechos ciertos, sino a las dudas, a las preguntas, a los enigmas a que me entrego.

Alcanzada la cuarentena miro atrás sorprendido de como el tiempo, que se sucede regular en el presente, consciente en cada segundo, se desvanece en recuerdos discontinuos e inestables que hacen del pasado: nada.
Tan breves me parecen estos años, tan fugaz su paso, que no lo daría por cierto si las quejas de mis huesos no lo constataran.





lunes, 3 de enero de 2011

Velos, burkas y demás cadenas

Un amigo que me provee habitualmente de las novedades más interesantes que surcan internet me pasó un video en el que el político catalanista Durán i Lleida mantenía una discusión con una mujer musulmana, en torno a la cuestión del velo islámico, en el programa de TV "Tengo una pregunta para Usted"
En este caso, y sin que sirva de precedente, el político estuvo bastante acertado. Lo cierto es que esta controversia dura ya demasiado tiempo y el “laissez faire, laissez passer” de nuestros dirigentes no es la solución. Se requiere una respuesta global: nacional, o mejor, europea. De nada sirven las medidas puntuales tomadas por ayuntamientos particulares.
La clave de todo el asunto reside en como interpretemos el uso de este tipo de prendas. Si lo entendemos como una simple cuestión religiosa a la que las mujeres se acogen libremente, no podemos objetar nada. Ahora bien, si, en cambio, lo consideramos como un ataque a la dignidad de la mujer, como una manifestación cultural de sumisión de la mujer debemos rechazarlo firmemente.
La comprensión de este fenómeno no es sencilla. Su complejidad radica en la dificultad de establecer si las mujeres que usan estas prendas lo hacen libremente o no. ¿Cómo distinguir tradición de imposición? ¿El peso de una tradición muy arraigada nos deja decidir libremente? Muchas de las mujeres que utilizan esta prenda afirman portarla gustosas. Sin embargo, esto no prueba nada. En otra época, por el motivo que fuera, hubo esclavos que, en unas circunstancias determinadas, preferían esa condición a la libertad: ¿la expresión de esa voluntad justificaba la continuidad de la esclavitud?
Es cierto que en su argumentación el discurso oficial de los que defienden esta tradición justifica su uso sin entrar a definir las relaciones hombre-mujer. Pero la realidad que subyace es muy distinta.
Mi experiencia como profesor de Filosofía en institutos españoles en Marruecos me inclina a pensar que el Hiyab, niqab, burka, etc… son una imposición, más que otra cosa. En las charlas que, con los alumnos marroquíes de bachillerato, mantuve sobre este tema pude constatar que tras el uso de estas prendas se oculta la concepción de la mujer como propiedad del marido. La esposa se debe cubrir para evitar convertirse en objeto de las miradas de otros hombres. En general, mis alumnos consideraban una tendencia natural en el hombre la promiscuidad. Disposición que fundamenta la necesidad del velo para poner a salvo de esta lascivia masculina a las mujeres, pero sobre todo, el honor de los maridos. Ciertamente, mis alumnos no afirmaban abiertamente que estos fueran los motivos de la utilización de este tipo de prendas, pero era el sustrato ideológico que se desvelaba con sólo profundizar un poco. Más claro se manifestaba cuando las alumnas me reconocían que el velo solo se lleva de puertas para afuera, no en casa, salvo que haya visita masculina. Es decir, mientras el honor y el dominio del marido no estén en peligro el velo no es necesario.
Vanamente intente hacerles ver todo lo contrario. Les explique como en occidente la minifalda simbolizaba la liberación de la mujer. La mujer asumía y se adueñaba de su propio cuerpo pudiendo exhibirlo, o no, a su antojo. Emancipándose así, por fin, de la concepción arcaica y enfermiza que veía en el cuerpo de la mujer la fuente de todo mal. No lo entendieron. Me acusaron de defender la minifalda porque era hombre y me gustaba ver las piernas a las mujeres.
Rechazo el velo y sus hermanos mayores, pero no quiero que se me encasille, equivocadamente, junto a los que lo repudian por motivos religiosos, de raza o de procedencia.
No tengo nada contra el Islam, salvo lo que tengo contra cualquier religión. No desprecio, en general, las culturas en que se siguen estas tradiciones. De hecho, en algunas casas a las que me invitaron en Marruecos experimente lo que debía sentir un humilde cristiano medieval, inculto y pobre, en el refinado palacio de algún Califa.
Solo combato que se extiendan por mi país rasgos culturales como el velo, o cualquier otro, que atenten contra los derechos fundamentales reconocidos en nuestras leyes y emanados de nuestra tradición cultural.
Leyendo esto alguno de los que se autodenominan progresistas no dudarían en tildarme de reaccionario, racista, xenófobo, etc.
Ser progresista no debe consistir en decir y hacer lo contrario de lo que propugna en sus discursos más recalcitrantes la derecha, a saber, el rechazo del emigrante. Abrir las puertas está bien, pero con límites. No me refiero a límites numéricos. Creo que las personas son más importantes que las fronteras, por tanto, defiendo, como el artículo XIII de la Declaración de los Derechos Humanos, la libre circulación de las personas por donde se les antoje. Pero considero que no se puede permitir lo mismo con las ideas. Hay que impedir que se instalen en Europa concepciones contradictorias con los logros que occidente ha venido conquistando a lo largo de su historia en cuanto a derechos y libertades. No hay que dejar que germine en nuestro suelo ningún rasgo cultural sospechoso de amenazar nuestros principios irrenunciables.
La libertad es nuestro valor más elevado. El auténtico progresismo consiste en defenderla, por encima de todo, dondequiera que se vea desafiada. Consentir el menosprecio de la dignidad y libertades de las mujeres a través de estas prendas, o de cualquier otro uso cultural, es inaceptable. Flaco favor hacen a nuestra sociedad los que por un mal entendido progresismo, por un relativismo cultural acrítico admiten y patrocinan el acceso a nuestro universo cultural de estos rasgos. No nos dejemos confundir. La libertad de culto a la que se apela desde las mezquitas y otros foros islamistas no puede servir, precisamente, para cercenar las libertades individuales.
Ni un paso atrás en defensa de los derechos y libertades.



martes, 30 de noviembre de 2010

La secta de Clonney


El otro día, acompañando a unos familiares, penetré en el inquietante mundo del Nespresso. Nada más poner el pie en el local tuve la piadosa sensación de encontrarme en un templo donde todo estaba litúrgicamente orientado a la adoración de alguna divinidad. Ya antes de entrar me había llamado la atención el símbolo, que bien podía haberse confundido con el de alguna secta de iluminados, exhibido en el escaparate: una estrella de múltiples puntas que en su centro alberga una reluciente cápsula dorada.
En el interior, expuestas como iconos venerables en una suerte de hornacinas, todo el santoral de cafeteras con sus distintos atributos y poderes.
Los clientes como devotos en un besamanos hacen cola expectantes hasta que les llega su turno. Una joven, extremadamente sonriente y servicial, como si fuese una sierva de algún culto de la antigüedad, los conduce hasta una mesa en forma de altar. Allí, tras confesión de debilidades y deseos, se les entregan las veneradas cápsulas en llamativos envoltorios de muy cuidada estética envidia de cualesquiera hermanas reposteras.
Solo entonces los afortunados adeptos pueden acceder a la sala de Degustación, una especie de capilla aparte, donde, como fieles guardando turno para comulgar, esperan por sus dosis. Dándoles la espalda, siempre de frente a la cafetera de más altísima gama, un maestro en estas artes ceremonia el ritual por el que el cuerpo de las cápsulas se transforma en elixir milagroso que restaura el vigor, eleva los ánimos y llena de vida. Por lo menos, así lo proclaman sus seguidores.
La dicha prometida no tarda en llegar. Charlan, ahora, entre fraternales saludos, complacidos y felices, los fanáticos del café.
Pude marchar en paz, aunque reprimiendo el impulso de libar aquella aparente ambrosia, y eso, que nunca me ha gustado el café.



lunes, 15 de marzo de 2010

Bálsamo de Fierabrás

Hay pocas cosas que me irriten tanto como esas frases que, por repetidas, son tomadas por ciertas, y acaban escuchándose en boca de cualquiera enunciadas como sentencias.
Estos últimos días la política nacional nos ofrece un ejemplo de estas verdades aparentemente indubitables: “No hay que subir los impuestos, sino bajar el gasto público”. Su principal valedor es Mariano Rajoy, pero, la debió inventar algún gurú de la economía mundial. Uno de esos que nos venden ahora sus fórmulas mágicas contra la crisis, y que, sin embargo, no supieron prevenirla. Los economistas que tanto parecen saber han sido incapaces de encontrar la manera de estabilizar la economía. Llevamos toda la vida siguiendo sus recetas magistrales y, no obstante, las crisis se suceden. Me parece a mi que los vaticinios de los economistas son tan fiables como las predicciones de la pitonisa Lola.
Pero esta verdad gana adeptos sin cesar propagada por los altavoces de la prensa antigubernamental. En el programa de Herrera hasta el tío que se encarga de la publicidad de ING se permite, incitado por el director, repetir la consabida fórmula. Que un asalariado de ING nos de consejos para salir de la crisis me parece doblemente indignante. Primero porque si no recuerdo mal fueron las prácticas de funanbulismo financiero de los bancos las que nos sumieron en esta crisis. (Pero no nos metamos con el Libre Mercado que es una deidad todavía más sagrada). En segundo lugar, porque, en concreto, ING necesitó una fuerte inyección de capital público para no hundirse.
De todas formas esta verdad se extiende por doquier. Hasta se reproduce en los programas del corazón. El otro día, Carmen Lomana, interrogada por una periodista sobre esta cuestión (también, a quién se le ocurre) se alineó, sin dudarlo, con las tesis de Rajoy. Aunque sus conocimientos de economía seguramente están a la altura de su pericia en el baile.
El éxito de esta frase se debe a que a nadie la gusta pagar impuestos, ni nada. (Amamos la oferta, lo gratuito). Pero, sobre todo, a que es como los estribillos de las canciones del verano: pegadiza y facilona, y casi todos acabamos tarareándolas de forma inconsciente.
Pero igual que la mayoría de los hits veraniegos esta proposición es vacía y estúpida. Nace enferma de populismo. Rajoy pretende escandalizar a los votantes proclamando que Zapatero quiere hacernos pagar la crisis y su mala gestión con los impuestos. Pero no recuerdo que dijera nada en contra de gastar nuestro dinero a espuertas para salvar la pésima gestión de las entidades financieras que provocaron la crisis.
Pero lo peor de este bálsamo de fierabrás anticrisis es su peligrosa vacuidad. Decir que hay que reducir el gasto público es muy fácil, lo difícil es decir en qué. ¿De dónde va a recortar el señor Rajoy?¿Por qué no completa la frase?¿Por qué no se atreve a decirlo? Si sigue los designios de los gurús de la economía, de los que ahora es paladín, y/o imita las políticas económicas que aplica la derecha en estos casos (y Rajoy no tiene pinta de innovador), ya sabemos quién va a pagar los platos rotos. Los de siempre. Toda la vida la misma solución que no soluciona nada: reducir las ayudas a los desempleados, recortar las coberturas sociales, dedicar menos dinero a la educación, rebajar los presupuestos de la sanidad pública, amén de otras medidas típicas, moderar (congelar) los sueldos, facilitar el despido, etc, etc...


viernes, 29 de enero de 2010

A Vueltas con los residuos



Algunos alojarían al mismísimo diablo si sospecharan que con ello pueden sacar algún rédito económico. Por qué no van a querer instalar un cementerio nuclear en sus localidades los ayuntamientos de pueblos olvidados de la mano de dios.
Estos pueblos perdidos fían al cementerio sus posibilidades de relanzamiento económico. Ciertamente con la basura nuclear vendrán el soborno del gobierno y algunos puestos de trabajo. Pero que se desengañen si piensan que han cazado la gallina de los huevos de oro. Las ayudas se acabarán y los puestos de trabajo no serán para las gentes del pueblo, al menos en su mayoría, sólo los contratarán para los puestos no especializados y menos remunerados. Por otra parte, instalando el centro de residuos desvanecen muchas otras posibilidades de expansión económica. ¿Qué empresas querrán instalarse allí?¿Las del sector de alimentación, las de turísticas? ¿Quién comprará alimentos que vengan de la zona del cementerio?¿Quién querrá alojarse en una casa rural junto al depósito nuclear? Además, ¿piensan que así favorecen la repoblación de sus pueblos? ¿Quién irá a vivir voluntariamente al lado de los desechos nucleares?
Con otro enfoque contemplan la situación los pueblos que ya están en una zona de influencia nuclear por su proximidad a alguna central. Su expectativa de negocio es la misma pero para justificarse parecen aferrarse al popular dicho “de perdidos al río”. Ya están bajo amenaza nuclear, qué más da poner el cementerio si ya tienen al lado la maternidad nuclear. Pero esta excusa no tiene ni pies, ni cabeza. No es lo mismo tener riesgo que multiplicarlo por dos. No es lo mismo jugar a la ruleta rusa con una bala en el tambor del revolver, que con dos.
Algunos se escandalizan de que se pueda poner en riesgo la salud general por unos presuntos beneficios económicos. Pero esta es una historia muy vieja y trata de otra cosa: de pobres y ricos. ¿Cuántos pueblos ricos hay en la lista de candidatos? Salvando las distancias se repite aquí la situación de la barriada de Tondo, la más pobre de Manila, donde buena parte de sus habitantes han vendido un riñón para transplantes a cambio de llevar sustento a sus familias.
Pero, ¿hay alguna salida? Si producimos energía nuclear generaremos residuos y, por tanto, tendremos que colocarlos en algún sitio. La solución: muy fácil, evitemos las basuras nucleares desechando la energía nuclear.
Aunque también existen otras alternativas que los países nucleares ya conocen y practican habitualmente: endosar los peligrosos despojos a naciones desfavorecidas a cambio de dinero para sus mandatarios. Si se puede hacer en secreto mejor. Que les pregunten a los sufridos somalíes (si es que ese estado existe). Qué pensaron cuando, después de sufrir, también ellos, las consecuencias del terrible tsunami que azotó principalmente al sudeste asiático, descubrieron en sus playas contenedores de residuos nucleares, gentileza del rico occidente, que habían escapado de instalaciones en su país, barridas por la furia del mar.







lunes, 14 de abril de 2008

Hipocresía olímpica

El presidente Sarkozy, en un ataque de presunta dignidad, ha decidido boicotear, con su ausencia en la ceremonia inaugural, los Juegos Olímpicos de Beijing. Hipócrita, que se vaya a contarle milongas a la Bruni, a la que, por cierto, siempre imagine mejor gusto. El gesto del francés está siendo imitado por alguno de sus colegas occidentales, mientras otros lo están sopesando. Los medios, como siempre enfermos de superficialidad, discuten la conveniencia de un boicot completo, es decir, si hay que enviar o no a los deportistas.
Hoy, no hay político en occidente que no se muestre solidario con el pueblo tibetano y preocupado por la situación de los Derechos Humanos en China. Hipócritas, más que hipócritas. 50 años lleva, desde la ocupación, recorriendo el mundo el Dalai Lama reclamándoles atención y ayuda, y no ha conseguido sacarles ni un compromiso firme, solo buenas palabras y la sonrisa en la foto. Lastimosamente la causa del Tibet ha cosechado más apoyo entre los actores de Hollywood, la mayoría esnobs. Ha tenido que ser Internet, un medio todavía no sometido a control total, en concreto el famoso portal Youtube, el que difundiendo las imágenes de las revueltas en Tibet, ha colocado en primera plana la cuestión (logrando en días lo que no consiguió, o no quiso, ni el periodismo ni la diplomacia occidental en años). Sólo cuando las inequívocas escenas escandalizaban al mundo, nuestros “indignatarios” se han apresurado ha realizar las condenas más duras por este asunto desde la invasión. ¿Acaso desconocían lo que allí pasaba? O ¿nos querrán hacer creer que es el primer acto de represión en el Tibet? ¿Para qué tienen servicios de información, señor Sarkozy? ¡Oh!, perdón, olvidaba que deben estar ocupados hundiendo barcos ecologistas.
Y si lo sabían, ¿en qué pensaban cuando eligieron a Beijing sede de los juegos?
Si el presidente de Francia y los demás mandatarios del “mundo libre” tuvieran alguna intención de cambiar las cosas, la más mínima preocupación por la suerte de los tibetanos no se adornarían con gestos de cara a la galería, ni estudiarían, para dar carnaza a los medios, boicots de risa.
La presencia que debe evitarse no es la de los presidentes, sino la de las inversiones. A quién hay que retirar no es a los deportistas, sino a las empresas. Pero mientras en las narices de occidente China siga oliendo a beneficio desde las altas instancias del poder no saldrá una palabra en este sentido. ¿Quién quiere matar la gallina de los huevos de oro? Y de Tibet ¿qué? Quizá Sarkozy vaya a hacerse unas fotos en su próxima Luna de Miel.