martes, 30 de noviembre de 2010

La secta de Clonney


El otro día, acompañando a unos familiares, penetré en el inquietante mundo del Nespresso. Nada más poner el pie en el local tuve la piadosa sensación de encontrarme en un templo donde todo estaba litúrgicamente orientado a la adoración de alguna divinidad. Ya antes de entrar me había llamado la atención el símbolo, que bien podía haberse confundido con el de alguna secta de iluminados, exhibido en el escaparate: una estrella de múltiples puntas que en su centro alberga una reluciente cápsula dorada.
En el interior, expuestas como iconos venerables en una suerte de hornacinas, todo el santoral de cafeteras con sus distintos atributos y poderes.
Los clientes como devotos en un besamanos hacen cola expectantes hasta que les llega su turno. Una joven, extremadamente sonriente y servicial, como si fuese una sierva de algún culto de la antigüedad, los conduce hasta una mesa en forma de altar. Allí, tras confesión de debilidades y deseos, se les entregan las veneradas cápsulas en llamativos envoltorios de muy cuidada estética envidia de cualesquiera hermanas reposteras.
Solo entonces los afortunados adeptos pueden acceder a la sala de Degustación, una especie de capilla aparte, donde, como fieles guardando turno para comulgar, esperan por sus dosis. Dándoles la espalda, siempre de frente a la cafetera de más altísima gama, un maestro en estas artes ceremonia el ritual por el que el cuerpo de las cápsulas se transforma en elixir milagroso que restaura el vigor, eleva los ánimos y llena de vida. Por lo menos, así lo proclaman sus seguidores.
La dicha prometida no tarda en llegar. Charlan, ahora, entre fraternales saludos, complacidos y felices, los fanáticos del café.
Pude marchar en paz, aunque reprimiendo el impulso de libar aquella aparente ambrosia, y eso, que nunca me ha gustado el café.



lunes, 15 de marzo de 2010

Bálsamo de Fierabrás

Hay pocas cosas que me irriten tanto como esas frases que, por repetidas, son tomadas por ciertas, y acaban escuchándose en boca de cualquiera enunciadas como sentencias.
Estos últimos días la política nacional nos ofrece un ejemplo de estas verdades aparentemente indubitables: “No hay que subir los impuestos, sino bajar el gasto público”. Su principal valedor es Mariano Rajoy, pero, la debió inventar algún gurú de la economía mundial. Uno de esos que nos venden ahora sus fórmulas mágicas contra la crisis, y que, sin embargo, no supieron prevenirla. Los economistas que tanto parecen saber han sido incapaces de encontrar la manera de estabilizar la economía. Llevamos toda la vida siguiendo sus recetas magistrales y, no obstante, las crisis se suceden. Me parece a mi que los vaticinios de los economistas son tan fiables como las predicciones de la pitonisa Lola.
Pero esta verdad gana adeptos sin cesar propagada por los altavoces de la prensa antigubernamental. En el programa de Herrera hasta el tío que se encarga de la publicidad de ING se permite, incitado por el director, repetir la consabida fórmula. Que un asalariado de ING nos de consejos para salir de la crisis me parece doblemente indignante. Primero porque si no recuerdo mal fueron las prácticas de funanbulismo financiero de los bancos las que nos sumieron en esta crisis. (Pero no nos metamos con el Libre Mercado que es una deidad todavía más sagrada). En segundo lugar, porque, en concreto, ING necesitó una fuerte inyección de capital público para no hundirse.
De todas formas esta verdad se extiende por doquier. Hasta se reproduce en los programas del corazón. El otro día, Carmen Lomana, interrogada por una periodista sobre esta cuestión (también, a quién se le ocurre) se alineó, sin dudarlo, con las tesis de Rajoy. Aunque sus conocimientos de economía seguramente están a la altura de su pericia en el baile.
El éxito de esta frase se debe a que a nadie la gusta pagar impuestos, ni nada. (Amamos la oferta, lo gratuito). Pero, sobre todo, a que es como los estribillos de las canciones del verano: pegadiza y facilona, y casi todos acabamos tarareándolas de forma inconsciente.
Pero igual que la mayoría de los hits veraniegos esta proposición es vacía y estúpida. Nace enferma de populismo. Rajoy pretende escandalizar a los votantes proclamando que Zapatero quiere hacernos pagar la crisis y su mala gestión con los impuestos. Pero no recuerdo que dijera nada en contra de gastar nuestro dinero a espuertas para salvar la pésima gestión de las entidades financieras que provocaron la crisis.
Pero lo peor de este bálsamo de fierabrás anticrisis es su peligrosa vacuidad. Decir que hay que reducir el gasto público es muy fácil, lo difícil es decir en qué. ¿De dónde va a recortar el señor Rajoy?¿Por qué no completa la frase?¿Por qué no se atreve a decirlo? Si sigue los designios de los gurús de la economía, de los que ahora es paladín, y/o imita las políticas económicas que aplica la derecha en estos casos (y Rajoy no tiene pinta de innovador), ya sabemos quién va a pagar los platos rotos. Los de siempre. Toda la vida la misma solución que no soluciona nada: reducir las ayudas a los desempleados, recortar las coberturas sociales, dedicar menos dinero a la educación, rebajar los presupuestos de la sanidad pública, amén de otras medidas típicas, moderar (congelar) los sueldos, facilitar el despido, etc, etc...


viernes, 29 de enero de 2010

A Vueltas con los residuos



Algunos alojarían al mismísimo diablo si sospecharan que con ello pueden sacar algún rédito económico. Por qué no van a querer instalar un cementerio nuclear en sus localidades los ayuntamientos de pueblos olvidados de la mano de dios.
Estos pueblos perdidos fían al cementerio sus posibilidades de relanzamiento económico. Ciertamente con la basura nuclear vendrán el soborno del gobierno y algunos puestos de trabajo. Pero que se desengañen si piensan que han cazado la gallina de los huevos de oro. Las ayudas se acabarán y los puestos de trabajo no serán para las gentes del pueblo, al menos en su mayoría, sólo los contratarán para los puestos no especializados y menos remunerados. Por otra parte, instalando el centro de residuos desvanecen muchas otras posibilidades de expansión económica. ¿Qué empresas querrán instalarse allí?¿Las del sector de alimentación, las de turísticas? ¿Quién comprará alimentos que vengan de la zona del cementerio?¿Quién querrá alojarse en una casa rural junto al depósito nuclear? Además, ¿piensan que así favorecen la repoblación de sus pueblos? ¿Quién irá a vivir voluntariamente al lado de los desechos nucleares?
Con otro enfoque contemplan la situación los pueblos que ya están en una zona de influencia nuclear por su proximidad a alguna central. Su expectativa de negocio es la misma pero para justificarse parecen aferrarse al popular dicho “de perdidos al río”. Ya están bajo amenaza nuclear, qué más da poner el cementerio si ya tienen al lado la maternidad nuclear. Pero esta excusa no tiene ni pies, ni cabeza. No es lo mismo tener riesgo que multiplicarlo por dos. No es lo mismo jugar a la ruleta rusa con una bala en el tambor del revolver, que con dos.
Algunos se escandalizan de que se pueda poner en riesgo la salud general por unos presuntos beneficios económicos. Pero esta es una historia muy vieja y trata de otra cosa: de pobres y ricos. ¿Cuántos pueblos ricos hay en la lista de candidatos? Salvando las distancias se repite aquí la situación de la barriada de Tondo, la más pobre de Manila, donde buena parte de sus habitantes han vendido un riñón para transplantes a cambio de llevar sustento a sus familias.
Pero, ¿hay alguna salida? Si producimos energía nuclear generaremos residuos y, por tanto, tendremos que colocarlos en algún sitio. La solución: muy fácil, evitemos las basuras nucleares desechando la energía nuclear.
Aunque también existen otras alternativas que los países nucleares ya conocen y practican habitualmente: endosar los peligrosos despojos a naciones desfavorecidas a cambio de dinero para sus mandatarios. Si se puede hacer en secreto mejor. Que les pregunten a los sufridos somalíes (si es que ese estado existe). Qué pensaron cuando, después de sufrir, también ellos, las consecuencias del terrible tsunami que azotó principalmente al sudeste asiático, descubrieron en sus playas contenedores de residuos nucleares, gentileza del rico occidente, que habían escapado de instalaciones en su país, barridas por la furia del mar.