Desde entonces soy un fiel bipátrida al que le duele la España real y la Argentina perdida.
De mi padre he heredado la admiración por la inteligencia y la fascinación por la trascendencia que se oculta tras, y da sentido, a lo dado.
De mi madre aprendí a no percibir sin repugnancia la injusticia y la desigualdad entre los hombres, y a hacer del amor el centro de mi vida.
La diosa fortuna me favoreció, a los 20 años, con el amor de mi vida. Con ello debió agotarse mi crédito pues nunca ha vuelto a visitarme.
En mi juventud algún hecho, que no puedo precisar con exactitud, hizo saltar el resorte, que esperaba su momento en mi interior, y me condujo por el camino de la Filosofía.
Camino que cada uno de los que lo transita recorre a su manera, y en el que no es tan importante la meta como las preguntas que empujan a caminar.
Por eso, el que me quiera conocer deberá atender, no tanto a los méritos constatados y a los hechos ciertos, sino a las dudas, a las preguntas, a los enigmas a que me entrego.
Alcanzada la cuarentena miro atrás sorprendido de como el tiempo, que se sucede regular en el presente, consciente en cada segundo, se desvanece en recuerdos discontinuos e inestables que hacen del pasado: nada.
Tan breves me parecen estos años, tan fugaz su paso, que no lo daría por cierto si las quejas de mis huesos no lo constataran.




